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EDITORIAL

Las tres erres de la evaluación: Repensar, Recrear y Reaprender la evaluación del aprendizaje
En este artículo se plantea la necesidad de revisar –y de cambiar si es necesario– la manera de entender, aplicar e interpretar la evaluación. Ya no basta con poner énfasis en la función comprobatoria de los logros, tan extendida en las escuelas y los colegios. Hoy es necesario dar paso a un concepto que se oriente a la enseñanza y el aprendizaje.

Chile

/ 10 junio 2018

En este artículo se plantea la necesidad de revisar –y cambiar si es necesario– la manera de entender, aplicar e interpretar la evaluación. Ya no basta con poner énfasis en la función comprobatoria de los logros, tan extendida en las escuelas y los colegios. Hoy es necesario dar paso a un concepto que se oriente a la enseñanza y el aprendizaje.

Si miramos los resultados de los test estandarizados de algunos países de América Latina, los resultados son similares: en general, magros rendimientos, a pesar de todo el esfuerzo en tiempo y recursos de docentes, directivos, padres y de la sociedad en general.

Las razones pueden ser variadas, pero lo que está claro es que hay algo que no estamos haciendo adecuadamente como sociedad. En este contexto, la invitación es a repensar la evaluación y la forma en que la aplicamos; a recrear su concepto y alcances para ponerla al servicio del que enseña y del que aprende, y, finalmente, a reaprender el modo en que interpretamos la información que nos aporta. Además, de examinar el modo como la usamos en nuestras aulas para que sea la otra cara de la moneda del aprendizaje (Monereo, 2009).

Los invito, entonces, a analizar la evaluación desde tres perspectivas, a partir de afirmaciones que marcan propósitos, funciones y efectos diversos: evaluación del aprendizaje, evaluación para el aprendizaje y evaluación como aprendizaje.

a.Evaluación del aprendizaje. Pareciera que es un mero ejercicio semántico el destacar la palabra del, pero no es así. Esa palabra enfatiza una función terminal, final y sumativa de la evaluación. Y si bien es necesaria, se puede agregar que es solo una parte de un todo de mayor valor.

Efectivamente, después de enseñar es necesario comprobar. El del se relaciona con esa función comprobatoria a la que los sistemas educativos le dan gran relevancia, pues determina, entre otras cosas, la aprobación o reprobación de los educandos al siguiente grado escolar, tarea no menor y que impacta en muchas dimensiones en las sociedades y en el resultado de su educación.

Dicha función comprobatoria es también una manera real y concreta de medir la calidad del proceso educativo: al término de un ciclo escolar se establece la cantidad de estudiantes que lograron o no un determinado grupo de objetivos, estándares o indicadores de evaluación, como se detecta con la aplicación de todas las pruebas estandarizadas locales, como SIMCE en Chile, SABER en Colombia o PLANEA en México, por citar algunas.

Sin embargo, si solo nos quedáramos con este enfoque, centrado en el producto del proceso de enseñanza-aprendizaje (que solo mide al final), no tendríamos más remedio que hacer repetir a nuestros estudiantes un contenido, una unidad o un curso completo, pues cuando se detecta que no aprendieron, ya ha pasado una cantidad de tiempo importante como para revertir la desviación (semanas, meses, semestres o años). Es por eso que esta función comprobatoria, terminal o sumativa del aprendizaje es insuficiente para realizar un proceso evaluativo de valor.

b. Evaluación para el aprendizaje. El término para pone el acento en algo muy importante: evaluamos para favorecer el aprendizaje, no solo para comprobarlo, como sí ocurre con el del. Hay aquí un avance relevante, pues estamos a tiempo para reorientar la enseñanza y ajustar los medios y recursos para conseguir el fin deseado: el aprendizaje de nuestros estudiantes.

La evaluación para tiene una afinidad unívoca con el concepto de evaluación formativa, acuñado por Scriven en 1967. Con ella se pretende monitorear el proceso de enseñanza-aprendizaje permanentemente, para así detectar las desviaciones y corregir el rumbo de nuestro actuar pedagógico y alcanzar el objetivo de aprendizaje trazado.

En este momento no importa lo cuantitativo, necesariamente. No hay para qué asignarle una calificación a la evaluación, ya que el foco es detectar si nuestros estudiantes están o no aprendiendo. En consecuencia, la evaluación para el aprendizaje es un apoyo, una ayuda, un momento para propiciar el diálogo y la comprensión sobre lo que está ocurriendo durante la enseñanza y el aprendizaje.

c. Evaluación como aprendizaje. Llegamos a la última y más actual de las miradas del proceso evaluativo, una tendencia que asume que aprendizaje y evaluación son las caras de una misma moneda. Esto representa un cambio conceptual importante respecto de lo que los profesores han vivido como estudiantes en su época escolar y universitaria, vivencia que condiciona sus procedimientos evaluativos y sus formas de aplicar la evaluación en aula.

Esta es, entonces, una gran oportunidad que tenemos por delante: impulsar y generar el cambio conceptual para instalar la evaluación al servicio del que enseña y del que aprende: evaluamos para aprender, evaluamos para mejorar.

Una idea interesante para tener en cuenta en esta línea reformuladora del concepto de “evaluación” es asumir que las preguntas (de un test) son verdaderas actividades; podemos darles, incluso, apellido: actividades evaluativas de aprendizaje. Es decir, son preguntas-actividades que buscan apoyar el aprendizaje, lo que se traduce en que los estudiantes deben resolverlas como medio de aprendizaje y no para demostrar que ya aprendieron.

En concordancia con esta visión, el foco no está puesto en si los estudiantes la contestan la pregunta individual o grupalmente, si lo hacen revisando sus apuntes o si le piden ayuda a otro compañero que sabe más. Lo sustantivo en ella es que se promueva el aprendizaje, que el estudiante que contesta la actividad evaluativa mejore su nivel de desempeño luego de hacerlo; en síntesis, es una evaluación entendida como aprendizaje: lo fomenta, lo favorece, lo consolida.

Luego de este análisis, podemos concluir que el modo de conceptualizar, aplicar e interpretar la evaluación y sus resultados está afectado negativamente por los test estandarizados y rankings de desempeño que suelen publicarse posmediciones en los medios.

Por otra parte, la evaluación así entendida –como medición– agrega poco o casi ningún valor al proceso educativo de nuestros estudiantes, pues los resultados del paradigma psicométrico se conocen antes de su aplicación: muy pocos estudiantes logran bajísimos resultados, la gran mayoría se distribuye en torno al promedio y muy pocos consiguen los rendimientos más altos, como predice la curva de Gauss.

Y, por último, si asumimos un concepto de evaluación para y como aprendizaje, tenemos la ventaja de que todos o la gran mayoría de nuestros estudiantes aprendan. Esta mirada, más actual, es coherente con un docente motivado y con vocación pedagógica. Es un camino para que repensemos, recreemos y reaprendamos una nueva manera de entender y aplicar la evaluación en nuestras aulas. 

 

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